Cambio de aires

Hemos cambiado de aires, bueno de curro.

Y ahora que hemos retomado esa sana costumbre de desplazarnos por la ciudad con mi flamante Peugeot Harvard, me he dado cuenta hasta que punto había olvidado al envolvente y gélido cierzo.

Mi relación con el viento es larga. Me recuerdo con cuatro años agarrado a la silla de paseo de mis hermanas gemelas, con mi hermana Mónica asida al otro lado y mi mami rezando para que al torcer en Luis Bermejo el cierzo no se nos llevara a los cinco.

Siempre fui un pelin cheposo, o al menos así me veía. Uno quizás pensaba que porque era un flaco, y no muy fuerte, pero como zaragozano de adopción, he sido moldeado por ese amigo proveniente del Moncayo. Digo amigo, porque aunque siempre echemos pestes sobre él, la verdad es que limpia de contaminación a Zaragoza (ya pagarían en Madrid por ello, "vaya vaya aquí no hay cierzo")

Cuando empecé a currar en mi anterior trabajo, hice una estadía en Chicago, otra windy city.

De las canciones de los Piñe, me quedo sin dudar con Eolo (a los que agradezco la experiencia de disfrutar de dos horitas en un estudio de grabación).

Y en mis primeras correrias porMiralbueno, ciudad sin ley, no hay recta, vayas o vuelvas, en la que el caprichoso aire sople en tu contra.

Ahora en pleno siglo XXI, y tras dos semanas pedaleando hacia Saica cuando el día comienza a despuntar, puedo asegurar que en el puente del 3er Milenio sopla y con ganas, y que al poco de cruzar el Ebro es bastante probable que ya se haya formado una estalactita en la punta de mi nariz.

De todas formas, es bueno que esos aires aún estén por ahí.